Fuente: https://www.nytimes.com
Por: Rory Smith es el corresponsal principal de fútbol, con sede en Mánchester, Inglaterra. Cubre todos los aspectos del fútbol europeo y ha reportado tres Copas Mundiales, los Juegos Olímpicos y numerosos torneos europeos. @RorySmith
En los días inocentes y embriagadores de 2016 —antes de que ocurriera la mayoría de las cosas espantosas que han sucedido desde entonces— a Nick Serpell le asignaron una tarea un tanto mórbida, según los estándares de esa época.
A pesar de lo ingenuo que parece en retrospectiva, en las redes sociales, el lugar donde se arraigan todas las teorías, se había arraigado una teoría: la teoría de que el año estaba maldito. Daba la impresión de que todo había comenzado con la muerte de David Bowie y no se detuvo ahí. Murió Alan Rickman. Murió Zaha Hadid. Murió Harper Lee y le siguieron Leonard Cohen, Johan Cruyff, Muhammad Ali y Prince.
El trabajo de Serpell era descubrir si esto era inusual o si solo se trataba del efecto de la naturaleza pública del dolor en la era de las redes sociales. Al ser el editor de obituarios de la BBC, Serpell buscó entre varios de los obituarios que habían preparado y publicado en los primeros tres meses de ese año —del tipo que tienen listos y a la mano todas las organizaciones noticiosas, entre ellas The New York Times, para un montón de figuras famosas— y luego comparó el total con algunos de los inviernos anteriores.
Serpell encontró que había un salto considerable: por ejemplo, de enero a marzo de 2012, tan solo habían muerto cinco personas consideradas dignas de un obituario escrito con anticipación. Habían sido ocho en 2013, 11 en 2014 y 12 el año siguiente. No obstante, para 2016, esa cifra se había disparado: tan solo en los primeros meses, Serpell encontró que la BBC había publicado 24 de estos obituarios.
Sin embargo, Serpell todavía no estaba convencido de que fuera una maldición; la explicación le parecía mucho más prosaica. Descubrió que el aumento evidente se debía al hecho de que en ese momento había pasado más de medio siglo desde que el mundo vio el primer gran florecimiento de una cultura popular compartida con el comienzo de la televisión, el crecimiento de la música popular y el alcance global de Hollywood.
A pesar de lo alarmante que resultaba la juventud de algunas de las personas que habían muerto a inicios de 2016, muchas más tenían entre 70 y 80 años, y eran producto de ese florecimiento de popularidad masiva. No era que una mayor proporción de gente destacada estuviera muriendo, sino que, más o menos 50 años después de que la tecnología logró que fuera más alcanzable cierta forma de celebridad a nivel mundial, había un conjunto mucho más grande de gente destacada que podía fallecer.
Este año, ese fenómeno se repite en un contexto muy distinto… y por suerte mucho menos triste. El Mundial de 2022 será un punto de inflexión profundo para el fútbol; de una manera distintiva, casi tangible, marcará el fin de una era y el comienzo de otra, se desarrollará un cambio generacional en vivo por televisión.
Desde hace tiempo, se ha dado casi por hecho que el Mundial será la conclusión de las carreras internacionales de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo. Sin embargo, la luz de sus estrellas es tan brillante que ha servido para oscurecer todas las otras despedidas que ocurrirán en los campos construidos bajo el sistema kafala de Catar.
Esta Copa del Mundo extinguirá la luz de toda una galaxia. Lo más probable es que sea la última vez que Luka Modric, Thiago Silva, Daniel Alves, Manuel Neuer, Thomas Müller, Jordi Alba, Ángel Di María, Luis Suárez, Edinson Cavani, Eden Hazard y Antoine Griezmann honren el escenario más grandioso del deporte. Robert Lewandowski, Gareth Bale, Arturo Vidal, Alexis Sánchez y James Rodríguez todavía podrían unírseles, otra nidada de superestrellas en una gira de despedida.
Por supuesto, los Mundiales siempre han tenido ese propósito. Así como son el lugar donde se forja la grandeza, también funcionan como el sitio donde esta se despide del público. No es tan inusual que los jugadores —como lo han hecho en particular Silva y Alves — deban continuar con sus carreras para asegurar otra oportunidad más para alcanzar el mayor premio de todos. Después de todo, la final de la Copa del Mundo de 2006 fue el último adiós de Zinedine Zidane.
En ese entendido, este Mundial no es distinto a los demás. Y, a pesar de todo, la transparencia de los números sugiere algo diferente; da la impresión de que el fútbol llegará al torneo con una élite y saldrá de este con una completamente distinta. Esto no se debe a que haya una mayor proporción de la normal de jugadores famosos al final de sus carreras. Se debe a que hay más jugadores famosos y punto.
Es probable que los últimos 15 años sean vistos casi de manera exclusiva a través de la lente de Messi y Ronaldo. Después de todo, han dominado esta era del fútbol y, por lo tanto, es adecuado, de muchas maneras, que terminen definiéndola.
No obstante, ese tipo de interpretación sería reduccionista. En cambio, es mejor considerarla como la primera época en la que el fútbol fue de verdad mundial: una era en la que los aficionados de todo el mundo pudieron ver casi cada segundo de la carrera de un futbolista, en la cual los grandiosos y los buenos se encontraron con una frecuencia sin precedentes en la Liga de Campeones y llegaron a nuestros hogares por medio de videojuegos, una época en la que el talento excepcional se congregó en un puñado de superclubes.
La generación que saldrá del escenario en Catar es el último bastión de la primera generación de futbolistas que comenzaron y terminaron sus trayectorias en ese ecosistema; es el equivalente de ese florecer de la cultura popular compartida y masiva que germinó en la década de 1960. Lewandowski es mucho más conocido, mucho más famoso de lo que fue Gerd Müller, su predecesor en el Bayern Múnich. Más gente estará pendiente cuando Suárez se retire de la selección uruguaya de la que se habrá consternado con la partida de Enzo Francescoli.
El hecho de que hayan sido tan prominentes durante tanto tiempo está tan relacionado con los avances científicos y médicos disponibles como con sus habilidades. Hace un par de semanas, hubo una razón para explicar por qué los dos despliegues de mediocampistas que destacaron en la Liga de Campeones —pura energía infatigable, puro dinamismo irreprimible— fueron de Modric, de 36 años, y Vidal, de 34 años. Ese nivel de rendimiento, en ese grupo exclusivo, no habría sido posible ni siquiera hace 20 años; ha servido para prolongar sus carreras y, al hacerlo, expandir sus legados.
Para muchos de ellos, Catar será su última parada. Le dará al torneo un toque de tristeza. Toda una generación, una que hemos observado desde el inicio, una que hemos llegado a conocer como a ninguna en la historia, una que se ha vuelto parte del tejido del juego, se irá, al unísono, y, por fin, tendremos que decir adiós.
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