Fuente: https://www.nytimes.com
Ayunar
antes de ejercitarte puede reducir la cantidad de alimento que ingieres
durante el resto del día, de acuerdo con un interesante estudio en
pequeña escala de hombres jóvenes en forma. El
estudio reveló que la decisión de desayunar o no antes de ejercitarte
por la mañana puede influir en tu relación con la comida durante el
resto del día, de formas complejas y en ocasiones inesperadas.
Por
supuesto, el control de peso es una de las principales preocupaciones
públicas (y privadas) de nuestra época; sin embargo, el papel del
ejercicio para ayudar a las personas a bajar de peso, mantenerlo o, en
algunos casos, subir algunos kilos es problemático. El ejercicio quema
calorías, pero en muchos estudios previos se ha descubierto que las
personas que comienzan un nuevo programa de ejercicios no bajan tanto de
peso como esperaban porque a menudo compensan la energía utilizada
durante el ejercicio comiendo más después o moviéndose menos.
Estas
compensaciones, por lo general sutiles e involuntarias, indican que
nuestro cerebro recibe comunicados internos que detallan cuánta energía
utilizamos durante nuestro entrenamiento más reciente y, en respuesta,
envía señales biológicas que aumentan nuestro apetito o reducen nuestras
ganas de estar en actividad. Nuestro servicial cerebro no quiere que
padezcamos un déficit de energía ni que muramos de inanición.
Estudios
anteriores demuestran que muchos aspectos de la alimentación y el
ejercicio pueden afectar la medida en que cada persona compensa las
calorías quemadas durante el entrenamiento, incluyendo el tipo de
ejercicio, su duración, la condición física y el peso.
Ayunar
o desayunar también puede tener relevancia. Cuando hacemos una comida,
nuestro cuerpo recurre a los carbohidratos de dicha comida como fuente
primaria de energía. Parte de esos carbohidratos se almacena en nuestro
cuerpo, pero ese almacenamiento interno de carbohidratos es minúsculo en
comparación con el almacenamiento de grasas. Algunos investigadores
creen que nuestro cerebro presta particular atención a cualquier
reducción en los niveles de carbohidratos y se apresura a remplazarlos.
Aquí
es donde el desayuno hace su entrada. Si no desayunamos por la mañana,
no tendremos calorías derivadas de esa comida disponibles para producir
energía durante el ejercicio y, en su lugar, el cuerpo usará (y
reducirá) nuestras reservas internas de carbohidratos, además de parte
de nuestra grasa.
Algunos
investigadores han especulado que entonces podríamos terminar
compensando esa pérdida más tarde al ingerir más calorías de las que
quemamos durante el ejercicio y así estaríamos socavando nuestros
esfuerzos por bajar de peso o mantenerlo.
No obstante, esa posibilidad no se había investigado. Entonces, para el estudio nuevo,
que se publicó en abril en The Journal of Nutrition, científicos de la
Universidad de Bath, en Inglaterra, y otras instituciones decidieron
analizar con mayor detalle cómo interactúan el desayuno y el ejercicio.
Primero
reunieron a doce hombres jóvenes, saludables y activos, y les pidieron
que se presentaran en el laboratorio de ejercicio de la universidad tres
días distintos por la mañana.
Un
día, los hombres comieron un sustancioso tazón de avena de 430 calorías
y descansaron durante varias horas. Otra mañana, ingirieron el mismo
tazón de avena antes de pedalear en bicicleta a velocidad moderada
durante una hora. En la tercera visita, no consumieron avena y
pedalearon sin comer nada en absoluto hasta la hora del almuerzo.
En
cada ocasión, los hombres permanecieron en el laboratorio hasta después
del almuerzo y comieron tanto o tan poco como lo desearan en esa
comida. Los científicos también les entregaron a los participantes
canastas de comida para que se llevaran a casa y les pidieron que solo
comieran durante el resto del día de los alimentos incluidos en ella y
devolvieran lo que no se hubieran comido, a fin de que los
investigadores pudieran calcular su consumo de calorías diario. También
utilizaron máscaras de respiración y fórmulas matemáticas para calcular
su consumo de energía en veinticuatro horas. Luego, los investigadores compararon las cifras y obtuvieron algunos resultados que no habían previsto.
Lo
que menos les extrañó fue que, cuando los hombres desayunaron y se
quedaron sentados, terminaron teniendo un excedente de energía, pues
habían ingerido aproximadamente 490 calorías más de las que quemaron ese
día.
No
obstante, cuando se comieron el tazón de avena y luego se ejercitaron,
mantuvieron el equilibrio de energía con gran precisión, pues quemaron y
consumieron casi la misma cantidad de calorías ese día.
Lo
más interesante sucedió cuando ayunaron antes de la sesión de
ejercicio. Al haber consumido la mayoría de las reservas de
carbohidratos de su cuerpo durante la sesión de bicicleta ese día, los
hombres mostraron un apetito voraz durante el almuerzo y consumieron
muchas más calorías que durante las otras visitas al laboratorio.
Pero
después de que dejaron de comer y al final del día, mantuvieron un
déficit de energía de casi 400 calorías, lo que significa que
recuperaron muy pocas de las calorías que quemaron durante la sesión de
bicicleta.
Estos
descubrimientos tienen implicaciones para quienes desean usar el
ejercicio como una forma de control de peso, comentó Javier González,
catedrático sénior en la Universidad de Bath, quien supervisó el
estudio. Sugieren que ejercitarse con el estómago vacío por la mañana
podría no provocar comer de más después sino, más bien, terminar con un
déficit de calorías.
Agregó
que, si esa situación se prolongara, es decir, si durante cierto tiempo
una persona siguiera realizando sesiones diarias de ejercicio en
ayunas, sería probable que bajara de peso.
Aun
así, este estudio fue pequeño, a corto plazo y solo participaron
hombres jóvenes y en forma que comieron avena en el desayuno. Se
desconoce si estos resultados serían similares a los de quienes somos
más viejos, tenemos sobrepeso, no estamos en forma, somos mujeres o
comemos huevo con tocino por la mañana.
El
estudio tampoco explica por qué los hombres que ayunaron antes de
ejercitarse no continuaron ingiriendo comida todo el día; sin embargo,
es probable que los mensajes del cerebro acerca de remplazar los
carbohidratos perdidos hayan sido urgentes pero también pasajeros. González y sus colaboradores esperan analizar esas interrogantes en estudios futuros.
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