domingo, 12 de mayo de 2019

El mito de la testosterona y la discriminación contra Caster Semenya



 
Caster Semenya, corredora olímpica de 800 metros planos,
en una carrera en abril. La sudafricana ahora no podría competir
sin medicarse para reducir sus niveles naturales de testosterona



El Tribunal de Arbitraje Deportivo falló el 1 de mayo que las atletas con niveles de testosterona naturalmente elevados no pueden competir en pruebas para mujeres a menos que reduzcan el nivel de esa hormona en su cuerpo.

La resolución fue resultado de un caso presentado por la corredora Caster Semenya contra la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF) que cuestionaba los mitos tradicionales acerca de la supuesta masculinidad de la testosterona y del efecto que tiene en el cuerpo. 

El hecho de que Semenya haya perdido su apelación demuestra lo arraigados que están esos mitos.
Durante un siglo, hablar de la testosterona como la “hormona masculina” ha entrelazado el folclore con la ciencia, de modo que afirmaciones supuestamente objetivas validan las creencias culturales acerca de cuál es la estructura de la masculinidad y cómo es la relación natural entre hombres y mujeres.

Etiquetar la testosterona como la hormona sexual masculina indica que está restringida a los hombres y es ajena al cuerpo de las mujeres, lo que confunde el hecho de que las mujeres también producen y necesitan testosterona como parte de un funcionamiento saludable. Incluso los primeros investigadores en el área de las hormonas sabían que la testosterona tiene una amplia gama de efectos en el metabolismo, la función hepática, los huesos, los músculos, la piel y el cerebro en ambos sexos.

Sin embargo, debido a que los primeros investigadores de esta área estaban obsesionados con la anatomía y la reproducción sexual, le dieron muy poca importancia a la infinidad de efectos de la testosterona, y la trataron como algo peculiarmente restringido —la idea de que dichos efectos atañen a aspectos más presentes en los varones— y extraordinariamente poderoso.

Desde luego, los mitos prevalecen en el imaginario colectivo. Pero lo que ha llamado la atención durante casi una década de investigaciones es la forma en que estas ideas han cobrado tanta fuerza entre las organizaciones que reglamentan el deporte, cuando virtualmente no existe la evidencia que se necesita para respaldarlos o la que hay es contradictoria.

La biografía autorizada de la testosterona, con la historia trillada acerca de cómo impulsa el desempeño típicamente varonil, distrae mucho la atención de lo que en realidad es la hormona e impide ver sus efectos fascinantes, diversos e imprevistos en el cuerpo. La testosterona no tiene participación alguna en el desempeño de los atletas, ni siquiera en un conjunto pequeño de procesos en los que pueda haber una relación directamente proporcional de la testosterona con alguna habilidad.

La idea de que la testosterona es la molécula milagrosa del atletismo y, en consecuencia, que la gente con niveles más elevados evidentemente tendrá un mejor desempeño combina varias creencias: que la “capacidad atlética” es una especie de característica rectora que describe rasgos similares en diferentes atletas; que el “desempeño atlético” en diferentes deportes por lo general requiere de las mismas habilidades o aptitudes básicas, y que la testosterona tiene un efecto poderoso en todas ellas.

Pero eso no es cierto. El problema de tratar de poner la capacidad atlética en una sola dimensión se ilustra especialmente bien en un estudio de 2004 publicado en The Journal of Sports Sciences. Este analizó la testosterona y los diferentes tipos de fuerza entre levantadores de pesas de élite no profesionales y entre ciclistas u hombres de buena condición física que no fueran atletas. Los levantadores de pesas tenían más testosterona que los ciclistas y mostraban una fuerza más explosiva. 

No obstante, los ciclistas, que tenían niveles de testosterona más bajos que los otros dos grupos, tuvieron una calificación más alta en “carga de trabajo máxima”, un tipo de fuerza de resistencia. En estos tres grupos, no hubo relación entre la testosterona y la fuerza explosiva, y se registró una relación negativa entre la testosterona y la carga de trabajo máxima. A pesar de que es pequeño, ese estudio no es una excepción: en toda la literatura científica se encuentran patrones similares complejos de relaciones mixtas, positivas y negativas con la testosterona dentro de una amplia gama de deportes.

Estas complejidades se presentan también en los eventos de atletismo, pista y campo. Hasta el mismo análisis sobre la testosterona y el desempeño de la IAAF, que involucró a más de 1100 mujeres que compiten en pruebas de pista y campo, muestra que las mujeres con menos testosterona en realidad tuvieron un mejor desempeño que las que tenían niveles más elevados para seis de los once eventos de carreras.

En otras palabras: para la mayoría de los deportes, los niveles de testosterona no tienen correlación con un mejor desempeño. Sin embargo, aun frente a evidencias abrumadoras, los mitos están tan arraigados en nuestras creencias sobre el género y el atletismo que el máximo órgano rector de los deportes también se los cree.

El resultado evidente es la discriminación contra las atletas, como Semenya, que tienen altos niveles de testosterona de manera natural. Sin embargo, el daño no termina aquí.

La asociación de atletismo insiste en que Semenya todavía puede competir, siempre y cuando se someta a tratamientos médicamente innecesarios para reducir sus niveles de testosterona. La IAAF minimiza el riesgo de esas medidas con el argumento de que las mujeres con altos niveles de testosterona pueden reducir drásticamente esos niveles si toman un anticonceptivo oral.

No obstante, los anticonceptivos hormonales a menudo no son suficientes para reducir la testosterona al nivel que se decidió permitir arbitrariamente. Esto significa que las atletas deben tomar medicamentos más fuertes y sufrir importantes efectos secundarios crónicos.

El Tribunal de Arbitraje Deportivo manifestó su preocupación sobre estos efectos secundarios y dijo que su aparición podría “inhabilitar prácticamente” a las atletas. De hecho, por esa razón el tribunal mencionó que su decisión era provisional y que se tenía que hacer un seguimiento de los perjuicios.

Sin embargo, cuando al presidente de la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo, Seb Coe, le preguntaron si postergaría las reglas para las carreras de 1500 metros y de una milla —eventos regulados para los cuales el tribunal dijo que no existían pruebas de que hubiera diferencia alguna en el desempeño de las atletas con diferentes niveles de testosterona— su respuesta fue preocupante. Coe mostró un flagrante desprecio por la prudencia y simplemente respondió que no lo postergaría, dejándonos con la duda de quién supervisará la magnitud del daño y cómo se informará sobre los problemas y la forma en que se registrarán cuando aparezcan. ¿Qué alcance deben tener los daños antes de que el tribunal reconsidere su postura?

El asunto de los daños no puede quedarse en manos de los órganos rectores del deporte, porque están involucrados problemas más generales. Una resolución de las Naciones Unidas aprobada en marzo declaró que las reglas de la IAAF violan “las normas y los principios internacionales de los derechos humanos”, incluyendo los derechos a no sufrir tortura ni otros castigos o tratos crueles, inhumanos o degradantes, y el derecho al respeto total a la dignidad, la integridad física y la autonomía de la persona. La resolución también advertía sobre los posibles efectos inhibitorios más generales en la participación de las mujeres y las jóvenes en el deporte al reafirmar los estereotipos de género.

Una cantidad cada vez más grande de atletas mujeres con niveles de testosterona más bajos ha sostenido que es injusto permitir que compitan atletas como Semenya. Es importante atender esa inquietud. Sin embargo, como ha argumentado la socióloga Madeleine Pape, quien alguna vez compitió contra Semenya, los órganos rectores como la asociación de atletismo han hecho esto de la forma equivocada, al validar mitos y alimentar los temores de las atletas.

Tal vez lo más importante al considerar un problema que cada vez es más polémico es que el Tribunal de Arbitraje Deportivo atenuó su decisión al señalar las “cuestiones científicas, éticas y normativas sobre las cuales podrían diferir de manera legítima opiniones razonables e informadas”; así que Semenya podría apelar. Sin embargo, la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo ya ha hecho muchísimo daño al reafirmar ideas erróneas y anticuadas acerca de la testosterona y al discriminar a las atletas que tienen todo el derecho de competir en su deporte sin que se viole su integridad física.

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