Fuente: https://www.nytimes.com
El
paciente, un asesor de bienes raíces de 48 años que estaba en
tratamiento por ansiedad y depresión leve, confesó que el fin de semana
había comido tres docenas de ostiones.
Su
psiquiatra, Drew Ramsey, un profesor asistente de Psiquiatría en la
Universidad de Columbia, estaba asombrado: “¡Eres la única persona a la
que le he recetado ostiones y ha regresado diciendo que comió 36!”. Ramsey, autor de varios libros que abordan la comida y la salud mental, es fanático de los ostiones. Son ricos en vitamina B12, dijo, lo que según los estudios podría ayudar a reducir el encogimiento del cerebro. También tienen una buena dosis de ácidos grasos omega-3 de cadena larga, cuya deficiencia ha sido relacionada con un mayor riesgo de padecer depresión y cometer suicidio.
No
obstante, los crustáceos no son el único alimento que le entusiasma.
Ramsey es pionero en el campo de la psiquiatría nutricional, que intenta
aplicar lo que la ciencia está descubriendo acerca del impacto que
tiene la nutrición en el cerebro y la salud mental. Ramsey
argumenta que una dieta deficiente es uno de los principales factores
que contribuyen a la epidemia de la depresión, que es la causa principal
de discapacidad en los estadounidenses cuya edad oscila entre los 15 y
los 44 años, de acuerdo con un informe de la Organización Mundial de la Salud.
Junto con Samantha Elkrief, chef y asesora nutricional que participa en
la mayoría de las sesiones con sus pacientes, Ramsey con frecuencia les
da consejos acerca de cómo una mejor alimentación podría ayudar a
mejorar la salud mental.
La
ironía, dice, es que la mayoría de los estadounidenses consumen
calorías en exceso, pero les hace falta la variedad fundamental de
micronutrientes que necesita el cerebro, muchos de los cuales se
encuentran en los vegetales más comunes. Una encuesta publicada en 2017, realizada por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC),
reportó que solo uno de cada diez adultos cumple con las
recomendaciones mínimas de ingesta diaria de frutas y verduras (por lo
menos una taza y media de fruta al día y entre dos y tres tazas de
verduras diarias). Los
psiquiatras nutricionistas como Ramsey recetan antidepresivos y otros
medicamentos cuando es necesario y se involucran en la terapia
conversacional y otras formas tradicionales de orientación. Sin embargo,
aseguran que la comida fresca y nutritiva puede ser una potente
incorporación a la combinación de terapias disponibles.
Los
estadounidenses modifican de forma rutinaria lo que comen con el fin de
bajar de peso, controlar sus niveles de azúcar en la sangre y reducir
el colesterol que obstruye las arterias. No obstante, Ramsey afirma que
sigue siendo poco habitual que las personas presten atención a las
necesidades alimentarias del órgano más complejo del cuerpo y el que más
energía consume: el cerebro humano. El
paciente que Ramsey estaba atendiendo ese día asegura que la
orientación nutricional, incluyendo evitar la mayoría de la comida
procesada y frita, y las carnes grasosas que solían ser parte de su
dieta, es la responsable de su mejor humor y de su capacidad para
superar una adicción al alcohol que padecía desde hacía tiempo.
“Es solo una parte de todo el paquete que ayuda a paliar mi depresión y me ayuda a sentirme mejor”, dijo. Las
investigaciones acerca del impacto de la dieta en el funcionamiento
cerebral son relativamente recientes; puede ser difícil llevar a cabo e
interpretar estudios alimentarios, pues hay muchos factores involucrados
en lo que comemos y en nuestro bienestar general. Pero un estudio
a más de doce mil australianos publicado en el American Journal of
Public Health en 2016 descubrió que los individuos que aumentaron la
cantidad de raciones de frutas y verduras que comían reportaron que
estaban más felices y satisfechos con su vida que quienes siguieron con
la misma dieta.
Otro estudio con 422 adultos jóvenes de Nueva Zelanda y Estados Unidos
mostró niveles mayores de salud mental y bienestar en aquellos que
comieron más frutas y verduras frescas. Resultó interesante que esos
beneficios no se presentaron en quienes comieron frutas y verduras
enlatadas. “Creemos que esto se debe al alto contenido nutricional de
las frutas y verduras crudas, en especial las vitaminas B y C, que son
vulnerables a la degradación por calor”, comentó Tamlin Conner, una de
las autoras del estudio y académica experimentada de la Universidad de
Otago.
En 2017, se publicó una de las primeras pruebas aleatorias controladas
hechas para comprobar si el cambio de dieta podría ser efectivo en el
tratamiento de la depresión. En el estudio, dirigido por Felice Jacka,
una epidemióloga psiquiátrica de Australia, los participantes que fueron
asesorados para seguir una dieta mediterránea durante doce semanas
reportaron una mejoría en el estado de ánimo y menores niveles de
ansiedad. Quienes recibieron una asesoría general no mostraron tales
beneficios.
Una
dieta mediterránea, rica en granos enteros, legumbres, mariscos, así
como vegetales de hoja llenos de nutrientes que son ricos en fibra,
fomenta una población diversa de bacterias benéficas en los intestinos.
Los estudios indican que un microbioma intestinal saludable podría ser importante en el procesamiento de neurotransmisores como la serotonina, que regula el estado de ánimo.
“Nuestros
estudios de imagenología demuestran que el cerebro de las personas que
siguen una dieta estilo mediterráneo por lo general lucen más jóvenes,
tienen un volumen mayor y son metabólicamente más activos que quienes
llevan una dieta occidental típica”, dijo Lisa Mosconi, directora de
Women’s Brain Initiative en el Centro Médico Weill Cornell en Nueva
York. Dichos beneficios para el cerebro podrían protegerlo de la
aparición de la demencia, afirmó.
Mosconi
señaló que “no hay una dieta adecuada para todos”, pero aconseja a sus
pacientes reducir los alimentos procesados, así como el consumo de carne
y lácteos y comer más alimentos enteros como peces con alto contenido
graso, verduras, granos enteros y legumbres para eliminar el riesgo de
desarrollar enfermedades degenerativas del cerebro asociadas con el
envejecimiento.
Tanto
ella como Ramsey recomiendan “comer un arcoíris”, es decir: consumir
una amplia variedad de frutas y verduras coloridas como pimientos
morrones, moras azules, camote, col rizada y tomates. Afirman que esos
alimentos son ricos en fitonutrientes que pueden ayudar a reducir una
inflamación dañina en todo el cuerpo, incluyendo el cerebro, y fomentar
el crecimiento de nuevas células cerebrales durante nuestra edad adulta.
Emily
Deans, una instructora clínica en Psiquiatría en la Facultad de
Medicina de la Universidad de Harvard, advierte que una dieta basada
solo en plantas podría representar ciertos riesgos. Por ejemplo, algunos
estudios observacionales de gran tamaño sugieren que los vegetarianos y
veganos estrictos podrían tener altos índices de depresión y trastornos
alimenticios, a diferencia de quienes llevan una dieta más variada.
También es posible que quienes no consumen carne necesiten suplementos
que les provean los nutrientes que les faltan. “Algunos de los
nutrientes clave para el cerebro, como los ácidos grasos omega-3 de
cadena larga y la vitamina B12, simplemente no se encuentran en las
dietas exclusivamente vegetarianas”, dijo Deans.
Samantha
Elkrief, la asesora alimenticia que ayuda a Ramsey, añade que no se
trata solo de lo que comemos, sino que la actitud que ponemos en
nuestros alimentos contribuye al bienestar mental. “Quiero ayudar a las
personas a descubrir los alimentos que les dan felicidad y los hacen
sentir bien”, afirmó. “Se trata de bajar el ritmo y tener una conciencia
plena, estar conscientes de nuestro cuerpo y saber distinguir cómo nos
sentimos cuando ingerimos determinados alimentos”.
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