lunes, 5 de mayo de 2025

Lecciones sobre el hambre que nos enseñan roedores casi sin cerebro

 

 
En el momento en que este roedor mira la comida, su cerebro 
comienza a evaluar cuántas calorías podría contener.

 

Fuente: https://www.nytimes.com

Por: Gina Kolata escribe sobre enfermedades y tratamientos, cómo se descubren y prueban los tratamientos y cómo afectan a las personas.


¿De verdad tenemos libre albedrío a la hora de comer? Se trata de una pregunta enigmática que es la clave de las razones por las que a tanta gente le resulta tan difícil seguir una dieta.

Para obtener respuestas, el neurocientífico Harvey J. Grill, de la Universidad de Pensilvania, recurrió a las ratas y se preguntó qué ocurriría si les extirpaba todo el cerebro excepto el tronco encefálico. El tronco encefálico controla funciones básicas como el ritmo cardiaco y la respiración. Pero los animales no podían oler, ni ver, ni recordar.

¿Sabrían cuándo habían consumido suficientes calorías?

Para averiguarlo, Grill les dio comida líquida en la boca mediante un gotero.

“Cuando llegaban a un punto en el que debían detenerse, dejaban que la comida se les escurriera de la boca”, dijo.

Aquellos estudios, iniciados hace décadas, fueron el punto de partida de un conjunto de investigaciones que no han dejado de sorprender a los científicos ni de subrayar que la sensación de saciedad de los animales no tiene nada que ver con la conciencia. El trabajo ha adquirido mayor relevancia a medida que los científicos van descifrando cómo los nuevos fármacos que provocan la pérdida de peso, denominados comúnmente GLP-1, incluido el Ozempic, afectan exactamente los sistemas cerebrales de control de la alimentación.

La historia emergente no explica por qué algunas personas se vuelven obesas y otras no. En cambio, ofrece pistas sobre lo que nos hace empezar a comer y cuándo dejamos de hacerlo.

Aunque la mayoría de los estudios se realizaron en roedores, resulta inverosímil pensar que los humanos funcionamos de un modo distinto, dijo Jeffrey Friedman, investigador de la obesidad en la Universidad Rockefeller de Nueva York. Los humanos, dijo, están sujetos a miles de millones de años de evolución que han dado lugar a elaboradas vías neuronales que controlan cuándo comer y cuándo dejar de comer.

Al explorar cómo se controla la alimentación, los investigadores han aprendido que el cerebro recibe constantemente señales que le indican la densidad calórica de un alimento. Hay una determinada cantidad de calorías que el cuerpo necesita, y estas señales se aseguran de que el cuerpo las obtenga.

El proceso comienza antes de que un animal de laboratorio pruebe un solo bocado. Ver la comida estimula a las neuronas a anticipar si esta contiene muchas calorías. Las neuronas responden con mayor intensidad a un alimento como la mantequilla de cacahuate, cargada de calorías, que a uno bajo en calorías como la comida para ratones.

El siguiente punto de control se produce cuando el animal prueba la comida: las neuronas vuelven a calcular la densidad calórica a partir de las señales enviadas desde la boca al tronco encefálico.

Por último, cuando el alimento llega al intestino, un nuevo conjunto de señales al cerebro permite a las neuronas determinar de nuevo el contenido calórico.

Y, en realidad, es el contenido calórico lo que evalúa el intestino, como descubrió Zachary Knight, neurocientífico de la Universidad de California, campus San Francisco.

Lo comprobó cuando infundió directamente tres tipos de alimentos en los estómagos de ratones. Una infusión era de alimentos grasos, otra de carbohidratos y la tercera de proteínas. Cada infusión tenía el mismo número de calorías.

En cada caso, el mensaje al cerebro era el mismo: las neuronas señalaban la cantidad de energía, en forma de calorías, y no la fuente de las calorías.

Cuando el cerebro determina que se han consumido suficientes calorías, las neuronas envían una señal para que se deje de comer.

Knight comentó que estos descubrimientos le sorprendieron. Siempre había pensado que la señal para dejar de comer sería “una comunicación entre el intestino y el cerebro”. Habría una sensación de tener el estómago lleno y una decisión deliberada de dejar de comer.

Utilizando ese razonamiento, algunas personas a dieta intentan beber un vaso de agua grande antes de comer, o se llenan de alimentos bajos en calorías, como el apio.

Pero esos trucos no han funcionado para la mayoría de la gente porque no tienen en cuenta cómo controla el cerebro la alimentación. De hecho, Knight descubrió que los ratones ni siquiera envían señales de saciedad al cerebro cuando lo único que reciben es agua.

Es cierto que las personas pueden decidir comer incluso cuando están saciadas, o pueden decidir no comer cuando intentan perder peso. Y, según Grill, en un cerebro intacto (no solo en el tronco encefálico) otras zonas del cerebro también ejercen el control.

Pero, según Friedman, al final los controles cerebrales suelen anular las decisiones conscientes de una persona sobre si siente la necesidad de comer. Afirmó que, por analogía, puedes contener la respiración, pero solo hasta cierto punto. Y puedes reprimir la tos, pero solo hasta cierto punto.

Scott Sternson, neurocientífico de la Universidad de California, campus San Diego, y del Instituto Médico Howard Hughes, coincidió.

“Hay una proporción muy grande del control del apetito que es automática”, explicó Sternson, cofundador de una empresa emergente, Penguin Bio, que está desarrollando tratamientos contra la obesidad. Las personas pueden decidir comer o no en un momento dado. Pero, añadió, mantener ese tipo de control consume muchos recursos mentales.

“Al final, la atención acaba por irse a otras cosas y el proceso automático termina dominando”, dijo.

Los investigadores siguen asombrándose de lo que descubren: capas de controles en el cerebro que garantizan que la alimentación esté rigurosamente regulada; así como indicios de nuevas formas de desarrollar fármacos para controlar la alimentación.

Amber Alhadeff, neurocientífica del Centro de Sentidos Químicos Monell y de la Universidad de Pensilvania, descubrió una línea de evidencia. Recientemente identificó dos grupos distintos de neuronas en el tronco encefálico que responden a los fármacos GLP-1 contra la obesidad.

Un grupo de neuronas señalaba que los animales habían comido suficiente. El otro grupo provocaba el equivalente de las náuseas en los roedores. Los fármacos actuales contra la obesidad afectan a ambos grupos de neuronas, informa, lo que puede ser un factor de los efectos secundarios que muchos sienten. Propone que quizá sea posible desarrollar fármacos que afecten a las neuronas de la saciedad pero no a las de las náuseas.

Alexander Nectow, de la Universidad de Columbia, tiene otro descubrimiento sorprendente. Identificó un grupo de neuronas en el tronco encefálico que regulan la porción de la comida deseada, al dar seguimiento de cada bocado de alimento. “No sabemos cómo lo hacen”, dijo.

“Llevo una década y media estudiando esta región del tronco encefálico”, mencionó Nectow, “pero cuando fuimos y utilizamos todas nuestras herramientas de lujo, encontramos una población de neuronas que nunca habíamos estudiado”.

Ahora se pregunta si las neuronas podrían ser el objetivo de una clase de fármacos adelgazantes que pudieran desbancar a los GLP-1.

“Eso sería realmente increíble”, concluyó Nectow.

 

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