¿Acaso
los corazones de los nadadores profesionales funcionan diferente a los
de los corredores de élite? Según un nuevo estudio, la respuesta podría
ser que sí, y las diferencias, aunque mínimas, podrían ser reveladoras y
trascendentales, incluso para quienes nadamos o corremos a un nivel
mucho menos ambicioso.
Los
cardiólogos y científicos del deporte ya saben que el ejercicio
habitual cambia la forma en que se ve y funciona el corazón humano. El
ventrículo izquierdo, sobre todo, se altera con el ejercicio. Esta
cavidad del corazón recibe sangre rica en oxígeno proveniente de los
pulmones y la bombea al resto del cuerpo, con movimientos convulsos de
torsión, como si la cavidad fuera una esponja que se enrolla y se
desenrolla para volver a expandirse a su tamaño original.
El
ejercicio, sobre todo el aeróbico, necesita que una cantidad
considerable de oxígeno se envíe a los músculos que están trabajando, lo
cual supone demandas extenuantes para el ventrículo izquierdo. En
respuesta, esta parte del corazón en los atletas generalmente se hace
más grande y fuerte que en las personas sedentarias. Además funciona de
una manera más eficaz, pues se llena de sangre con mayor premura y
cantidad, y recupera su forma un poco más rápido con cada latido, lo
cual permite que el corazón bombee más sangre a una mayor velocidad.
Si
bien casi cualquier ejercicio puede provocar una remodelación paulatina
del ventrículo izquierdo, diferentes tipos de ejercicio muchas veces
producen efectos ligeramente diferentes. Un estudio de 2015
reveló, por ejemplo, que los remadores profesionales, cuyo deporte
combina la resistencia con la potencia, tenían mayor masa muscular en su
ventrículo izquierdo que los corredores, por lo cual sus corazones son
fuertes, pero quizá menos ágiles durante los movimientos de contracción
que bombean la sangre a los músculos.
Estos
estudios anteriores compararon los efectos cardiacos de actividades que
se realizan en tierra, pero se concentraron más en la acción de correr.
Pocos han examinado la natación, a pesar de que no solo es un ejercicio
popular, sino único. Los nadadores, a diferencia de los corredores, se
ponen boca abajo, flotan en el agua, y aguantan la respiración, todo lo
cual podría afectar las exigencias al corazón y cómo responde este
órgano y se transforma.
Para el nuevo estudio que se publicó en noviembre en Frontiers in Physiology,
un grupo de investigadores en la Universidad de Guelph en Canadá y
otras instituciones se dispusieron a describir la estructura y función
de los corazones tanto de nadadores como de corredores de élite.
Los
investigadores se concentraron en atletas de alto nivel porque ellos
habrían estado corriendo o nadando incansablemente desde hace muchos
años, lo cual podría hacer que se exageraran los efectos diferenciales
de su entrenamiento, sospecharon los investigadores. Finalmente,
reclutaron a dieciséis corredores que pertenecían a equipos nacionales, y
otros dieciséis nadadores comparables con los primeros, hombres y
mujeres, algunos de ellos velocistas y otros especialistas en distancia.
Les
pidieron a los atletas que visitaran el laboratorio después de no haber
hecho ejercicio durante doce horas y luego, cuando estaban ahí, que se
quedaran acostados en silencio. Examinaron su ritmo cardíaco y presión
sanguínea y, finalmente, vieron el corazón de los atletas con un
ecocardiograma, que muestra tanto la estructura como el funcionamiento
del órgano.
Nadie
se sorprendió cuando los resultados arrojaron que los atletas, ya
fueran corredores o nadadores, gozaban de un corazón en condiciones
envidiables. Sus ritmos cardíacos rondaban los 50 latidos por minuto,
aunque era un poco más lento en los corredores que en los nadadores. No
obstante, el ritmo cardíaco de todos era mucho más bajo que lo normal
para la gente sedentaria, lo cual significa que sus corazones eran
robustos. Los atletas también tenían ventrículos izquierdos relativamente grandes y eficaces, según mostraban sus ecocardiogramas.
Sin
embargo, había diferencias pequeñas, pero no menos interesantes, entre
los nadadores y los corredores. Mientras los ventrículos izquierdos de
todos los atletas se llenaban con sangre antes que el promedio y se
contraían más rápido con cada latido, esos cambios se amplificaban en
los corredores.
Sus
ventrículos se llenaban con más anticipación y se contraían de una
manera más enfática que en los corazones de los nadadores. En teoría,
esas diferencias deberían permitir que la sangre fluya hacia y desde los
corazones de los corredores más rápido de lo que sucedería en los
nadadores.
Pero
estas diferencias no demuestran necesariamente que el corazón de los
corredores funcione mejor que el de los nadadores, afirma Jamie Burr,
profesor en la Universidad de Guelph y director de su laboratorio de
desempeño humano, quien condujo el nuevo estudio con la autora
principal, Katharine Currie, y otros.
Puesto
que los nadadores se ejercitan en una posición horizontal, explica, su
corazón no tiene que luchar contra la gravedad para hacer que la sangre
regrese a dicho órgano, a diferencia de los corredores que están de pie.
La postura hace parte del trabajo para los nadadores, así que sus
corazones se transforman solo hasta el punto que lo requieran las
exigencias de su deporte.
Los
hallazgos subrayan cuán sensibles son nuestros cuerpos a los diferentes
tipos de ejercicio, sostiene Burr. También podrían alentar a los
nadadores a que consideren dedicar unas horas para correr, dice él, y de
esta manera intensificar la transformación de su corazón.
Desde
luego, a estos atletas se les estudió mientras estaban en reposo, no
compitiendo, continuó explicando el médico, y no está claro si una
variación en sus ventrículos sería significativa durante las
competencias. El estudio también fue transversal, es decir, que solo vio
a los atletas una vez. Quizá hayan nacido con estructuras cardíacas
inusuales que les permitieron sobresalir en sus deportes, en lugar de
que estos alteraran sus corazones.
Sin
embargo, Burr duda que eso sea cierto. Es prácticamente indudable que
el ejercicio transforma nuestros corazones, dice, y él espera que
experimentos futuros nos digan más sobre cómo cada actividad nos afecta y
cuál sería mejor para diferentes tipos de personas.
Pero
incluso ahora, agrega, “un mensaje importante es que todos los atletas
mostraron un mejor funcionamiento que cualquier persona común, lo cual
respalda el mensaje de que el ejercicio es bueno para nuestros
corazones”.
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