sábado, 13 de abril de 2019

¿Quiénes desarrollan un mejor corazón: los nadadores o los corredores?






¿Acaso los corazones de los nadadores profesionales funcionan diferente a los de los corredores de élite? Según un nuevo estudio, la respuesta podría ser que sí, y las diferencias, aunque mínimas, podrían ser reveladoras y trascendentales, incluso para quienes nadamos o corremos a un nivel mucho menos ambicioso.

Los cardiólogos y científicos del deporte ya saben que el ejercicio habitual cambia la forma en que se ve y funciona el corazón humano. El ventrículo izquierdo, sobre todo, se altera con el ejercicio. Esta cavidad del corazón recibe sangre rica en oxígeno proveniente de los pulmones y la bombea al resto del cuerpo, con movimientos convulsos de torsión, como si la cavidad fuera una esponja que se enrolla y se desenrolla para volver a expandirse a su tamaño original.

El ejercicio, sobre todo el aeróbico, necesita que una cantidad considerable de oxígeno se envíe a los músculos que están trabajando, lo cual supone demandas extenuantes para el ventrículo izquierdo. En respuesta, esta parte del corazón en los atletas generalmente se hace más grande y fuerte que en las personas sedentarias. Además funciona de una manera más eficaz, pues se llena de sangre con mayor premura y cantidad, y recupera su forma un poco más rápido con cada latido, lo cual permite que el corazón bombee más sangre a una mayor velocidad.

Si bien casi cualquier ejercicio puede provocar una remodelación paulatina del ventrículo izquierdo, diferentes tipos de ejercicio muchas veces producen efectos ligeramente diferentes. Un estudio de 2015 reveló, por ejemplo, que los remadores profesionales, cuyo deporte combina la resistencia con la potencia, tenían mayor masa muscular en su ventrículo izquierdo que los corredores, por lo cual sus corazones son fuertes, pero quizá menos ágiles durante los movimientos de contracción que bombean la sangre a los músculos.

Estos estudios anteriores compararon los efectos cardiacos de actividades que se realizan en tierra, pero se concentraron más en la acción de correr. Pocos han examinado la natación, a pesar de que no solo es un ejercicio popular, sino único. Los nadadores, a diferencia de los corredores, se ponen boca abajo, flotan en el agua, y aguantan la respiración, todo lo cual podría afectar las exigencias al corazón y cómo responde este órgano y se transforma.

Para el nuevo estudio que se publicó en noviembre en Frontiers in Physiology, un grupo de investigadores en la Universidad de Guelph en Canadá y otras instituciones se dispusieron a describir la estructura y función de los corazones tanto de nadadores como de corredores de élite.

Los investigadores se concentraron en atletas de alto nivel porque ellos habrían estado corriendo o nadando incansablemente desde hace muchos años, lo cual podría hacer que se exageraran los efectos diferenciales de su entrenamiento, sospecharon los investigadores. Finalmente, reclutaron a dieciséis corredores que pertenecían a equipos nacionales, y otros dieciséis nadadores comparables con los primeros, hombres y mujeres, algunos de ellos velocistas y otros especialistas en distancia.

Les pidieron a los atletas que visitaran el laboratorio después de no haber hecho ejercicio durante doce horas y luego, cuando estaban ahí, que se quedaran acostados en silencio. Examinaron su ritmo cardíaco y presión sanguínea y, finalmente, vieron el corazón de los atletas con un ecocardiograma, que muestra tanto la estructura como el funcionamiento del órgano.

Nadie se sorprendió cuando los resultados arrojaron que los atletas, ya fueran corredores o nadadores, gozaban de un corazón en condiciones envidiables. Sus ritmos cardíacos rondaban los 50 latidos por minuto, aunque era un poco más lento en los corredores que en los nadadores. No obstante, el ritmo cardíaco de todos era mucho más bajo que lo normal para la gente sedentaria, lo cual significa que sus corazones eran robustos. Los atletas también tenían ventrículos izquierdos relativamente grandes y eficaces, según mostraban sus ecocardiogramas.

Sin embargo, había diferencias pequeñas, pero no menos interesantes, entre los nadadores y los corredores. Mientras los ventrículos izquierdos de todos los atletas se llenaban con sangre antes que el promedio y se contraían más rápido con cada latido, esos cambios se amplificaban en los corredores.

Sus ventrículos se llenaban con más anticipación y se contraían de una manera más enfática que en los corazones de los nadadores. En teoría, esas diferencias deberían permitir que la sangre fluya hacia y desde los corazones de los corredores más rápido de lo que sucedería en los nadadores.

Pero estas diferencias no demuestran necesariamente que el corazón de los corredores funcione mejor que el de los nadadores, afirma Jamie Burr, profesor en la Universidad de Guelph y director de su laboratorio de desempeño humano, quien condujo el nuevo estudio con la autora principal, Katharine Currie, y otros.

Puesto que los nadadores se ejercitan en una posición horizontal, explica, su corazón no tiene que luchar contra la gravedad para hacer que la sangre regrese a dicho órgano, a diferencia de los corredores que están de pie. La postura hace parte del trabajo para los nadadores, así que sus corazones se transforman solo hasta el punto que lo requieran las exigencias de su deporte.

Los hallazgos subrayan cuán sensibles son nuestros cuerpos a los diferentes tipos de ejercicio, sostiene Burr. También podrían alentar a los nadadores a que consideren dedicar unas horas para correr, dice él, y de esta manera intensificar la transformación de su corazón.

Desde luego, a estos atletas se les estudió mientras estaban en reposo, no compitiendo, continuó explicando el médico, y no está claro si una variación en sus ventrículos sería significativa durante las competencias. El estudio también fue transversal, es decir, que solo vio a los atletas una vez. Quizá hayan nacido con estructuras cardíacas inusuales que les permitieron sobresalir en sus deportes, en lugar de que estos alteraran sus corazones.

Sin embargo, Burr duda que eso sea cierto. Es prácticamente indudable que el ejercicio transforma nuestros corazones, dice, y él espera que experimentos futuros nos digan más sobre cómo cada actividad nos afecta y cuál sería mejor para diferentes tipos de personas.

Pero incluso ahora, agrega, “un mensaje importante es que todos los atletas mostraron un mejor funcionamiento que cualquier persona común, lo cual respalda el mensaje de que el ejercicio es bueno para nuestros corazones”.

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