miércoles, 17 de junio de 2020

Las mascarillas acabaron con la obligación de sonreír por compromiso por Jessica Bennett






Durante casi toda mi vida he sufrido de un padecimiento menor pero crónico: mi rostro, cuando está relajado, no solo luce serio, sino molesto. Hay mujeres que se identificarán con este problema, aquellas que, en esta época del año, cuando sale el sol y todos pasamos más tiempo al aire libre, se han acostumbrado a que desconocidos en la calle, generalmente hombres, les pregunten: “¿Por qué no sonríes?” (eso o practicamos frente al espejo incansablemente cómo suavizar nuestras expresiones faciales para que las personas se sientan más “cómodas” al vernos).

Estos críticos de la sonrisa no solo están en la calle, por supuesto. A veces están en la televisión, donde ofrecen consejos a las mujeres políticas o a las atletas, o son políticos que le sugieren a la presidenta de la Cámara de Representantes que intente sonreír más, o el presidente estadounidense, Donald Trump, que pareció decírselo a su esposa durante una sesión de fotos reciente.

Esta situación ha inspirado al menos una exposición de arte, Stop telling women to smile (dejen de decirles a las mujeres que sonrían) de Tatyana Fazlalizadeh. Pero si es que hay un pequeño, muy pequeño, resquicio de luz en la realidad de que las mascarillas serán un componente necesario de nuestra vida diaria de ahora en adelante, es este: poder sonreír en nuestros propios términos.

“Por primera vez, el buen tiempo no se correlaciona con la aparición de más hombres que exigen que sonría, así que eso es algo bueno. ¡Gracias, mascarilla!”, escribió en un tuit reciente Steph Herold, una activista e investigadora en Queens. “No tener que fingir una sonrisa o disculparme por haber dado la impresión equivocada me ha quitado un gran peso de encima”, dijo Talia Cuddeback, una reclutadora de Austin, Texas.

“Usar mascarilla es tan liberador que tal vez siga usándola, incluso si encuentran una cura para la COVID-19”, sostuvo Clare Mackintosh, una escritora que vive en Gales. “Pasé por una obra en construcción el otro día, y a pesar de que mi cara en reposo parecía una expresión de fastidio, nadie me gritó: ‘Sonríe, amor’. Ningún hombre desconocido en el supermercado me ha dicho: ‘Anímate, puede que eso que temes nunca suceda’, y ni una sola persona ha sugerido que me vería más guapa con una sonrisa iluminándome el rostro”.

En medio de una pandemia que ha sacado a la luz tantas de las enconadas desigualdades que se fraguan justo debajo de la superficie —y mientras la injusticia racial toma el legítimo centro de atención en el activismo estadounidense— la libertad facial femenina es una victoria menor. Pero tampoco es cualquier cosa.

Estudios han comprobado que es menos probable que quienes tiene rostros de aspecto amistoso sean encontradas culpables de delitos; asimismo, las personas que lucen “felices” suelen ser consideradas más dignas de confianza. Hay todo tipo de investigaciones sobre los sutiles —y los no tan sutiles— prejuicios de raza y género que subyacen a la forma en que percibimos las expresiones faciales de los demás (o, en algunos casos, nuestra incapacidad para reconocerlas), y las personas de color suelen pagar el precio más alto. En la pandemia, los hombres negros han expresado su preocupación de que las mascarillas provoquen un trato discriminatorio por parte de la policía.

Cuando se trata de género, parece haber una asociación profundamente arraigada entre la feminidad y la sonrisa. Hay estudios que han descubierto que los bebés que sonríen tienen más probabilidades de ser identificados como niñas por los que los ven, mientras que los hombres ven a las mujeres serias como menos atractivas que las que tienen un aspecto amigable (lo contrario de cómo las mujeres ven a los hombres).

Es cierto que las mujeres tienden a sonreír más que los hombres, en todos los grupos de edad y etnias. Pero no se debe necesariamente a que sean más felices; de hecho, las mujeres presentan mayores tasas de depresión. Más bien, explicó Marianne LaFrance, psicóloga de la Universidad de Yale que estudia el género y la comunicación no verbal, las mujeres sienten la presión de sonreír, y pueden ser penalizadas si no lo hacen.

“A las mujeres se les impone esta norma de socialización de que la sonrisa debe ser la expresión predeterminada en su rostro”, afirmó LaFrance, autora de Why Smile? The science behind facial expressions. “Así que todo el mundo lo espera, incluso las mujeres mismas”.

Nancy Henley, psicóloga cognitiva, ha teorizado que la sonrisa frecuente de las mujeres surge de su estatus social más bajo en el mundo (ha llamado a la sonrisa una “prenda de apaciguamiento”). Otros han señalado que es más probable que las mujeres trabajen en el sector de la atención al cliente, en el que la sonrisa es una virtud.

Pero también se ha descubierto que, en entornos laborales, sonreír está asociado con el agotamiento, según LaFrance. (Bendita sea la opción de apagar la cámara en las videoconferencias). Hace 50 años, la escritora Shulamith Firestone convocó a un “boicot de la sonrisa”, en el que, según escribió en La dialéctica del sexo, “todas las mujeres abandonarían instantáneamente sus sonrisas ‘complacientes’, y de ahora en adelante solo sonreirían cuando algo les agrade”.

En los últimos años, los trabajadores de los supermercados Safeway han dicho que la norma de la empresa de “sonreír y hacer contacto visual” se confundía a menudo con el coqueteo, mientras que las sobrecargos de Cathay Airlines utilizaban la amenaza de no sonreír como parte de una táctica de negociación para obtener una mayor remuneración. En 2016, después de las quejas de los empleados de T Mobile, la Junta Nacional de Relaciones del Trabajo de Estados Unidos dictaminó que las empresas ya no podían exigir a los empleados que se mostrasen alegres.

Pero quizá la mascarilla haga que todo eso sea innecesario. En partes de Asia, las mascarillas se han utilizado durante mucho tiempo para otras cosas además de simplemente bloquear el paso de gérmenes. Como informó Voice of America, las mascarillas se han usado para proteger contra la contaminación y los tubos de escape. Los jóvenes chinos han usado mascarillas para construir un “muro social” y no ser abordados por otras personas, mientras que las mujeres japonesas enmascaran sus rostros los días en que no tienen tiempo para maquillarse.

Anna Piela, académica visitante en estudios religiosos y de género en la Universidad de Northwestern University, ha notado que las mujeres musulmanas que ha entrevistado dicen que les resulta más fácil usar mascarillas porque ha suavizado el estigma sobre cubrirse el rostro. “De repente, estas mujeres, que a menudo son recibidas en Occidente con hostilidad abierta por cubrirse la cara, se parecen mucho más a todas las demás”, escribió en un artículo en mayo.

Desde luego, la sonrisa amable tiene un propósito. “El asunto de la expresión facial es que es una parte muy importante de nuestras vidas… permite que tantas cosas fluyan, que tantas cosas sean fáciles”, sostuvo LaFrance. De hecho, de repente me quedé sin saber cómo expresar mi gratitud a mi cartero, y solo se me ocurrió hacer el pulgar hacia arriba. No podía sonreír a los perros, a los niños o a los manifestantes que marchaban por mi calle (de todas formas, un puño levantado me pareció más adecuado). Me quedé mirando demasiado tiempo a una mujer que corría en sujetador deportivo, tratando de averiguar a pesar de su mascarilla si era alguien que yo conocía, solo para darme cuenta de que parecía que la estaba mirando con lascivia.

“Crea este tipo de anonimato extraño”, señaló Kwolanne Felix, una estudiante de tercer año de la Universidad de Columbia que recientemente escribió sobre cómo los acosadores callejeros no habían recibido el memorando sobre la COVID-19. “Cuando estoy en la tienda o en el supermercado, sigo intentando animar con una sonrisa a los que trabajan ahí, pero al final solo parece que los estoy viendo de forma incómoda”. Félix señaló que, como mujer negra, a menudo se le pone en la posición de tranquilizar a los blancos a su alrededor con una “cálida sonrisa”.

Lynn Jeffers, presidenta de la Sociedad Estadounidense de Cirujanos Plásticos, señaló que todavía hay mucho que se puede transmitir a través de los ojos, la voz y las cejas. “Definitivamente soy consciente de que soy mucho más expresiva con mi voz cuando uso una mascarilla”, dijo Amy Zhang, una productora de Brooklyn que creció en Hong Kong durante la época del SRAG, cuando las mascarillas eran comunes. “Pero es algo raro, en un momento en el que todos estamos pasando por un trauma y un dolor tan intensos, no poder expresar una sonrisa”.

¿O sí podemos? Como lo describió LaFrance, la sonrisa social y obligatoria (“que es la que las mujeres hacen más”, dijo) es la que tiende a centrarse en los músculos de la boca, que se ocultan fácilmente con una mascarilla quirúrgica. Pero una verdadera sonrisa, o lo que en el ámbito se conoce como la sonrisa de Duchenne (llamada así por Guillaume Duchenne, el anatomista francés que la descubrió), involucra tanto la boca como los ojos.

“Lo interesante”, dijo LaFrance, es que el músculo facial que implica una sonrisa genuina —llamado orbicularis oculi— no puede usarse a voluntad. “Entonces, ¿la mascarilla ahogará una sonrisa? No. No a menos que sea falsa”, dijo.

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