Fuente: https://www.nytimes.com
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Colombia exporta ciclistas de élite, y en sus ciudades se realizan cada día cientos de miles de viajes en bicicleta. Pero al mismo tiempo decenas de personas mueren arrolladas mientras pedalean.
Cuando ruedo por Bogotá suelo pensar en la muerte. Las ideas más frecuentes son leves y me ayudan a estar alerta: una llanta pinchada, una caída tonta, un choque inofensivo contra otro ciclista. Pero a veces mi paranoia se desboca; imagino que un carro me embiste y vuelo varios metros antes de aterrizar sobre el pavimento. Mis miedos por fortuna siguen siendo imaginarios. Pero están basados en experiencias reales de colegas malogrados. Como José Duarte, un vigilante de 56 años que pedaleaba al norte de la ciudad en su día libre cuando fue golpeado por un camión y murió.
Bogotá ocupa el puesto 12 global entre las ciudades “más amigables” con la bicicleta, y es la ciudad más ciclista de América, con 635 kilómetros de carriles exclusivos y 1,2 millones de viajes diarios que se realizan cada día en la zona metropolitana. El 13 por ciento de los desplazamientos en la capital se realiza en bicicleta. Este año, estimulado por la pandemia, su uso en Bogotá y la periferia aumentó un 62 por ciento. Pero el auge ciclista ha sido fatal para muchos colegas: 249 han muerto este año en Colombia.
Urge en nuestras sociedades entender este momento como una gran oportunidad cívica. Es hora de bajarnos del carro, ese cascarón de metal cuya oferta de libertad y movimiento naufragó en los atascos de casi todas las ciudades. Colombia, el corazón ciclista del continente, ya tiene un trecho ganado. Pero otras ciudades de América Latina pueden elevar también su apuesta por una forma de movilidad que se adapta mejor a las nuevas condiciones de seguridad y salud pública. Una Colombia aún más ciclista sería una buena noticia para nuestras ciudades pospandemia.
Las vías de este país siguen siendo peligrosas para quienes preferimos este medio de transporte. Muchos colombianos, que suelen reunirse frente a los televisores para animar a sus paisanos en las grandes carreras internacionales de ciclismo, luego suben a sus carros y tratan a los aficionados como estorbos que deben ser expulsados de la ruta.
Desde 2016 existe una ley que busca estimular el uso de la bicicleta en todas las vías del país. La norma permite a los ciclistas usar un carril completo y ordena a los conductores conservar metro y medio de distancia entre sus carros y las bicicletas. Pero muy pocos conocen la ley, y casi nadie la cumple. Más allá del papel nuestra sociedad necesita honrar el sentido común para disminuir las muertes de ciclistas.
Colombia tiene una relación antigua y apasionada con los pedales. La vuelta al país en bicicleta nació en 1951 como un fenómeno deportivo y social, pero también como una herramienta de pacificación política en tiempos de violencia interna. Los ciclistas colombianos han sido por décadas los únicos latinoamericanos que sobresalen en las principales competencias, y el ciclismo es la disciplina deportiva que más victorias le ha dado al país. Claudia López, la alcaldesa de Bogotá, suele moverse en bici y está impulsando más infraestructura para los ciclistas, mientras otras ciudades del país imitan este ejemplo.
Pero nos siguen matando. Por cada dos homicidios que ocurren en esta nación violenta, sucede también una muerte en las vías. Y al riesgo de accidentes se suman los robos. Hasta septiembre de este año se han reportado 7993 denuncias por hurto de bicicleta en Bogotá; 2093 casos más que en el mismo lapso de 2019.
Las cifras, sin embargo, no alcanzan a transmitir la agresividad salvaje que he padecido en varias salidas. Muchos conductores, llenos de impaciencia y ansiedad, lanzan con violencia sus vehículos contra los ciclistas, el eslabón más vulnerable entre todos los que compartimos las calles. Esta amenaza desestimula a muchos novatos, que prefieren encerrarse en sus vehículos o hacinarse en el transporte público. Justo cuando la bicicleta se ha revelado como la gran alternativa de movilidad, especialmente en tiempos de pandemia.
Pedalear es la forma más segura de moverse para evitar la transmisión de la COVID-19. Por eso la venta de bicicletas se ha disparado hasta un 5000 por ciento en Estados Unidos. Los grandes fabricantes globales han agotado su inventario en los últimos meses. Y varias ciudades de Europa, entre ellas París con el Plan Vélo, han acelerado su conversión urbana hacia el pedaleo.
La bicimensajería, además, es otra actividad que ha crecido en Colombia desde la llegada del virus. Y se ha convertido en un refugio laboral para miles de jóvenes desempleados, la mayoría migrantes que llegaron desde Venezuela. Junto a ellos, las avenidas se han llenado de más y más ciclistas recién salidos a la pista.
Este nuevo auge debe venir acompañado de seguridad y menos estrés para millones de usuarios. Un informe realizado en Bogotá reveló que no basta con construir carriles exclusivos. Además es preciso identificar las conexiones más difíciles dentro de la red vial, y construir un ambiente urbano que transmita seguridad y confianza a los ciclistas.
Holanda es el caso paradigmático que citan los expertos en movilidad cuando mencionan ejemplos de transformación. Su revolución nació precisamente como respuesta a los arrollamientos. En los años setenta, cuando en ese país todavía rodaban montones de autos, muchos niños murieron sobre las vías. El problema se volvió intolerable, estallaron las protestas y la respuesta fue bajarle la velocidad al transporte.
Es una decisión democrática y de salud pública. En Bogotá los carros ocupan el 80 por ciento de las vías, pero solo transportan, según la Alcaldía, hasta un 20 por ciento de las personas. Los ciclistas ocupamos poco espacio, conservamos el aire limpio y nos mantenemos alejados de los hospitales, tan saturados en esta época de pandemia.
El reto para Colombia, y para muchas sociedades que están apostando por esta forma de movilidad ágil y económica, es acompañar el nuevo entusiasmo con infraestructura, legislación eficaz y campañas educativas que nos protejan a quienes pedaleamos. Una ciudad civilizada no es aquella donde unos pocos pueden moverse en sus vehículos a gasolina. Es, por el contrario, otra más silenciosa y menos angustiada, donde incluso los niños pueden ir a la escuela en bicicleta sin el riesgo de morir sobre la carretera.
Al final basta con tener un poco de conciencia frente a los otros. Cuando me vea rodando sobre la vía, señor conductor, cuídeme. No me mate.
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