Fuente: https://www.nytimes.com
De vez en cuando, al pasearse por las líneas de banda de las instalaciones de entrenamiento del Real Madrid, le pedían a Iker Casillas que hiciera su famoso truco. Un entrenador o un compañero de equipo le decía la fecha de algún partido en el que había participado y el nombre de un oponente: 5 de enero de 2002, Deportivo de La Coruña. Casillas se quedaba pensando un momento y luego decía el marcador.
Según sus propias estimaciones, Casillas acierta en un 98 por ciento de las ocasiones. Si se considera el contexto, es un impresionante índice de aciertos. La categoría “Partidos jugados por Iker Casillas” es considerable, incluso para el mismo Casillas. Su carrera abarcó tres décadas y dos siglos. Entre el Real Madrid, el FC Oporto y la selección española, acumuló más de mil partidos.
En un mundo ideal, esa lista seguiría creciendo. En agosto, Casillas anunció su retiro, a la edad de 39 años. No le quedó de otra. En mayo de 2019, comenzó a sentir un dolor en el pecho, la boca y los brazos durante una sesión de entrenamiento con el Oporto. Los médicos del club lo trasladaron al hospital y, después de someterlo a una operación, le informaron que había sufrido un infarto.
Mientras se recuperaba, pensaba en su regreso a las canchas. Estaba disfrutando su estadía en Portugal, le gustaba la “tranquilidad” que había encontrado ahí en el otoño de su carrera. Lo incluyeron como parte de la escuadra del Oporto para la temporada pasada. Y, unos cuantos meses después del infarto, estaba de nuevo en el gimnasio.
Sin embargo, con el tiempo entendió la recomendación de los médicos. “Los doctores dijeron que lo mejor que podía hacer era parar”, comentó Casillas. Para los deportistas es difícil renunciar, hacerse a un lado —según Casillas, es tanto una identidad como un trabajo—, pero también es esposo y padre de dos hijos pequeños. “Había un riesgo”, mencionó. “Y, si hay un riesgo, entonces es absurdo seguir adelante”.
Por lo tanto, ahora lo único que le quedan son los recuerdos: vívidos, brillantes y precisos en un 98 por ciento, y no solo para los marcadores, sino también para las sensaciones.
Recuerda lo que pensaba mientras iba caminando para recoger el trofeo en Viena en 2008, pocos segundos antes de que España fuera coronada de manera oficial como campeona de Europa, su primer honor internacional desde 1964. “Habíamos roto la maldición que parecía tener el fútbol español”, afirmó.
Casillas recuerda lo normal que se sintió esa caminata dos años después, en el estadio Soccer City de Johannesburgo, después de que el gol de Andrés Iniesta convirtió a España en campeona del mundo. “Fue histórico, pero no lo valoras así en ese momento”, señaló Casillas. “Crees que es normal: ‘Ganamos las Euros, ganamos el Mundial, somos un equipo fuerte’”.
Y Casillas recuerda cuando, en 2012, España retuvo la corona europea: se sintió como si ese equipo “hubiera jugado contra los Globetrotters o el Dream Team de 1992 y les hubiéramos ganado”.
Según Casillas, todos son recuerdos reales, no fantasmas de recuerdos sino recuerdos fotográficos compuestos por capas que se compactan con el tiempo. Es una bendición, claro está, recordar con tanta claridad todos esos momentos culminantes: los trofeos ganados y los triunfos conseguidos, para los clubes y el país. Sin embargo, también es una maldición, porque Casillas recuerda las derrotas con la misma exactitud. Después de todo, su memoria funciona igual de bien para los momentos que preferiría olvidar.
Unos días antes de que conversáramos, Casillas había retuiteado un video de la cuenta oficial de la Liga de Campeones de la UEFA. Era un montaje de su actuación en Anfield, en 2009, como capitán del Real Madrid en contra del Liverpool en la ronda de octavos de final. No fue difícil entender por qué lo habían recopilado: estaba lleno de una serie de atajadas espectaculares de Casillas con las que desafiaba, una y otra vez, a Fernando Torres y a Steven Gerrard.
Lo que no se dijo, y por lo que resultó curioso que Casillas promocionara el video, fue el marcador. El Liverpool había ganado 4-0. Anfield le había rendido una ovación de pie a Casillas, pero tanto el público como el arquero comprendieron que “el Liverpool pudo haber anotado doce”. Casillas dejó el campo con lágrimas en los ojos.
“Fue un rostro de impotencia, no de rabia”, confesó. “Estaba frustrado, triste. Significaba que habían pasado siete años desde que el Real había llegado a la final. Puedes perder un juego eliminatorio. Caímos en el juego de ida 1-0, ¿pero perder 4-0? Todos los aficionados del Real en Liverpool, todos los aficionados en el mundo… sentí su frustración”. A pesar de sus actos heroicos, también sintió mucha “responsabilidad”.
Según Casillas, había sentido esa responsabilidad desde que tenía 8 o 9 años, desde el día que entró al equipo de su infancia. Creció acostumbrado a eso, incluso comenzó a disfrutarlo, pero ejercía una presión particular en él.
Fernando Hierro, quien fue su compañero de equipo, solía decir que un año en el Madrid es como cinco en cualquier otra parte. Casillas mencionó que a veces sentía como si hubiera estado ahí durante medio siglo. “La presión es constante”, aseguró.
Sobre todo si se considera lo que experimentó en la cúspide de su carrera. En los años en que levantó todos esos trofeos y rompió todas esas barreras para España, su carrera en el Real Madrid era consumida por una rivalidad futbolística que podría considerarse como la más intensa que se haya visto en el mundo del fútbol: el Real Madrid en contra del Barcelona; Cristiano Ronaldo en contra de Lionel Messi; José Mourinho en contra de Pep Guardiola y Tito Vilanova.
Durante cuatro años, ambos bandos de uno de los derbis más feroces del mundo también fueron los dos mejores equipos del mundo. Lo que siempre había sido una enemistad feroz se convirtió en algo más oscuro, más político, más tóxico. El periodista italiano Paolo Condo escribió un libro completo sobre las tres semanas de la primavera de 2011 en las que los clubes se enfrentaron cuatro veces en 18 días, y todo el mundo del fútbol pareció detenerse a mirar.
Ahora, Casillas puede decir que era una “locura”.
“No estábamos preparados para jugar cuatro Clásicos en un mes”, dijo. “Había mucha tensión, mucha locura”. La rivalidad se enredó y se exacerbó con el tema de la independencia catalana, y había un punto, según Casillas, en que parecía ser “más política que fútbol”. Todo lo que podía hacer era “no echarle gasolina al fuego”.
Su posición, sin embargo, era difícil. Fue el capitán del Real Madrid. “El club que me formó, significó mucho para todos los que me rodean”, dijo. Pero también fue capitán de España, de ese equipo que era tan importante para un país que aún se tambaleaba por los efectos de una crisis económica, esa selección que conquistaría Europa y luego el mundo. Sentía que tenía una responsabilidad con la afición de su club y con todo el país. “Tienes que hacer lo correcto para todos”, dijo.
Con justa razón, para 2015, Casillas estaba listo para un cambio de aires. Su relación con el Real Madrid había cambiado; admitió sentirse “solo” en cierto punto, cuando lo excluyó Mourinho y luego, años después, cuando el presidente del club, Florentino Pérez, lo dejó a la deriva. En el Oporto, vio la oportunidad de encontrar “un poco de paz”.
“Necesitaba estar tranquilo para volver a disfrutar el juego”, comentó. “No me gustaba verme en la prensa todos los días o en medio de ciertas discusiones. La mejor opción era irme, aunque fuera el lugar donde crecí, el lugar que era mi hogar, el lugar donde mucha gente sufrió conmigo. No quería esa angustia. Quería menos miedo”.
Sin embargo, el estrés y la tensión no cambian los recuerdos. Eso es lo que Casillas aprecia de su carrera: no tanto todos los elogios —alabado por nada menos que una autoridad como Gianluigi Buffon, quien dijo que era uno de los mejores porteros de todos los tiempos— o todos los trofeos que ganó, sino todas las cosas que recuerda, y por las que es recordado.
Para Casillas, el fútbol son los recuerdos: no los marcadores, necesariamente, sino las sensaciones. Los jugadores a los que tiene en la más alta estima son los que jugaron más partidos y duraron más tiempo —nombra a Paul Scholes y Francesco Totti—, los que quedaron marcados con letras de fuego en la historia de un club.
Le gustan esos momentos cuando los aficionados le dicen dónde estaban cuando España ganó la Copa del Mundo o qué estaban haciendo cuando salió de la banca, apenas superada la adolescencia, para ganar su segunda Liga de Campeones.
“Sucede cuando voy al parque o a un restaurante, cuando conozco a algún español en el extranjero”, contó. “Recuerdan dónde estaban: se estaban casando o lo estaban viendo con su hijo. Esos momentos nos marcan a todos. Es bonito saber que te recuerdan”.
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