Caster Semenya, corredora olímpica de 800
metros planos,
en una carrera en abril. La sudafricana ahora no podría
competir
sin medicarse para reducir sus niveles naturales de
testosterona
El
Tribunal de Arbitraje Deportivo falló el 1 de mayo que las atletas con
niveles de testosterona naturalmente elevados no pueden competir en
pruebas para mujeres a menos que reduzcan el nivel de esa hormona en su
cuerpo.
La
resolución fue resultado de un caso presentado por la corredora Caster
Semenya contra la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo
(IAAF) que cuestionaba los mitos tradicionales acerca de la supuesta
masculinidad de la testosterona y del efecto que tiene en el cuerpo.
El
hecho de que Semenya haya perdido su apelación demuestra lo arraigados
que están esos mitos.
Durante
un siglo, hablar de la testosterona como la “hormona masculina” ha
entrelazado el folclore con la ciencia, de modo que afirmaciones
supuestamente objetivas validan las creencias culturales acerca de cuál
es la estructura de la masculinidad y cómo es la relación natural entre hombres y mujeres.
Etiquetar
la testosterona como la hormona sexual masculina indica que está
restringida a los hombres y es ajena al cuerpo de las mujeres, lo que
confunde el hecho de que las mujeres también producen y necesitan
testosterona como parte de un funcionamiento saludable. Incluso los
primeros investigadores en el área de las hormonas sabían que la
testosterona tiene una amplia gama de efectos en el metabolismo, la
función hepática, los huesos, los músculos, la piel y el cerebro en
ambos sexos.
Sin
embargo, debido a que los primeros investigadores de esta área estaban
obsesionados con la anatomía y la reproducción sexual, le dieron muy
poca importancia a la infinidad de efectos de la testosterona, y la
trataron como algo peculiarmente restringido —la idea de que dichos
efectos atañen a aspectos más presentes en los varones— y
extraordinariamente poderoso.
Desde
luego, los mitos prevalecen en el imaginario colectivo. Pero lo que ha
llamado la atención durante casi una década de investigaciones es la
forma en que estas ideas han cobrado tanta fuerza entre las
organizaciones que reglamentan el deporte, cuando virtualmente no existe
la evidencia que se necesita para respaldarlos o la que hay es
contradictoria.
La biografía autorizada de
la testosterona, con la historia trillada acerca de cómo impulsa el
desempeño típicamente varonil, distrae mucho la atención de lo que en
realidad es la hormona e impide ver sus efectos fascinantes, diversos e
imprevistos en el cuerpo. La testosterona no tiene participación alguna
en el desempeño de los atletas, ni siquiera en un conjunto pequeño de
procesos en los que pueda haber una relación directamente proporcional
de la testosterona con alguna habilidad.
La
idea de que la testosterona es la molécula milagrosa del atletismo y,
en consecuencia, que la gente con niveles más elevados evidentemente
tendrá un mejor desempeño combina varias creencias: que la “capacidad
atlética” es una especie de característica rectora que describe rasgos
similares en diferentes atletas; que el “desempeño atlético” en
diferentes deportes por lo general requiere de las mismas habilidades o
aptitudes básicas, y que la testosterona tiene un efecto poderoso en
todas ellas.
Pero
eso no es cierto. El problema de tratar de poner la capacidad atlética
en una sola dimensión se ilustra especialmente bien en un estudio de 2004
publicado en The Journal of Sports Sciences. Este analizó la
testosterona y los diferentes tipos de fuerza entre levantadores de
pesas de élite no profesionales y entre ciclistas u hombres de buena
condición física que no fueran atletas. Los levantadores de pesas tenían
más testosterona que los ciclistas y mostraban una fuerza más
explosiva.
No obstante, los ciclistas, que tenían niveles de
testosterona más bajos que los otros dos grupos, tuvieron una
calificación más alta en “carga de trabajo máxima”, un tipo de fuerza de
resistencia. En estos tres grupos, no hubo relación entre la
testosterona y la fuerza explosiva, y se registró una relación negativa
entre la testosterona y la carga de trabajo máxima. A pesar de que es
pequeño, ese estudio no es una excepción: en toda la literatura
científica se encuentran patrones similares complejos de relaciones
mixtas, positivas y negativas con la testosterona dentro de una amplia
gama de deportes.
Estas complejidades se presentan también en los eventos de atletismo, pista y campo. Hasta el mismo análisis
sobre la testosterona y el desempeño de la IAAF, que involucró a más de
1100 mujeres que compiten en pruebas de pista y campo, muestra que las
mujeres con menos testosterona en realidad tuvieron un mejor desempeño
que las que tenían niveles más elevados para seis de los once eventos de
carreras.
En
otras palabras: para la mayoría de los deportes, los niveles de
testosterona no tienen correlación con un mejor desempeño. Sin embargo,
aun frente a evidencias abrumadoras, los mitos están tan arraigados en
nuestras creencias sobre el género y el atletismo que el máximo órgano
rector de los deportes también se los cree.
El
resultado evidente es la discriminación contra las atletas, como
Semenya, que tienen altos niveles de testosterona de manera natural. Sin
embargo, el daño no termina aquí.
La
asociación de atletismo insiste en que Semenya todavía puede competir,
siempre y cuando se someta a tratamientos médicamente innecesarios para
reducir sus niveles de testosterona. La IAAF minimiza el riesgo de esas
medidas con el argumento de que las mujeres con altos niveles de
testosterona pueden reducir drásticamente esos niveles si toman un
anticonceptivo oral.
No
obstante, los anticonceptivos hormonales a menudo no son suficientes
para reducir la testosterona al nivel que se decidió permitir
arbitrariamente. Esto significa que las atletas deben tomar medicamentos
más fuertes y sufrir importantes efectos secundarios crónicos.
El
Tribunal de Arbitraje Deportivo manifestó su preocupación sobre estos
efectos secundarios y dijo que su aparición podría “inhabilitar
prácticamente” a las atletas. De hecho, por esa razón el tribunal
mencionó que su decisión era provisional y que se tenía que hacer un
seguimiento de los perjuicios.
Sin
embargo, cuando al presidente de la Asociación Internacional de
Federaciones de Atletismo, Seb Coe, le preguntaron si postergaría las
reglas para las carreras de 1500 metros y de una milla —eventos
regulados para los cuales el tribunal dijo que no existían pruebas de
que hubiera diferencia alguna en el desempeño de las atletas con
diferentes niveles de testosterona— su respuesta
fue preocupante. Coe mostró un flagrante desprecio por la prudencia y
simplemente respondió que no lo postergaría, dejándonos con la duda de
quién supervisará la magnitud del daño y cómo se informará sobre los
problemas y la forma en que se registrarán cuando aparezcan. ¿Qué
alcance deben tener los daños antes de que el tribunal reconsidere su
postura?
El
asunto de los daños no puede quedarse en manos de los órganos rectores
del deporte, porque están involucrados problemas más generales. Una resolución de las Naciones Unidas
aprobada en marzo declaró que las reglas de la IAAF violan “las normas y
los principios internacionales de los derechos humanos”, incluyendo los
derechos a no sufrir tortura ni otros castigos o tratos crueles,
inhumanos o degradantes, y el derecho al respeto total a la dignidad, la
integridad física y la autonomía de la persona. La resolución también
advertía sobre los posibles efectos inhibitorios más generales en la
participación de las mujeres y las jóvenes en el deporte al reafirmar
los estereotipos de género.
Una
cantidad cada vez más grande de atletas mujeres con niveles de
testosterona más bajos ha sostenido que es injusto permitir que compitan
atletas como Semenya. Es importante atender esa inquietud. Sin embargo,
como ha argumentado
la socióloga Madeleine Pape, quien alguna vez compitió contra Semenya,
los órganos rectores como la asociación de atletismo han hecho esto de
la forma equivocada, al validar mitos y alimentar los temores de las
atletas.
Tal
vez lo más importante al considerar un problema que cada vez es más
polémico es que el Tribunal de Arbitraje Deportivo atenuó su decisión al
señalar las “cuestiones científicas, éticas y normativas sobre las
cuales podrían diferir de manera legítima opiniones razonables e
informadas”; así que Semenya podría apelar. Sin embargo, la Asociación
Internacional de Federaciones de Atletismo ya ha hecho muchísimo daño al
reafirmar ideas erróneas y anticuadas acerca de la testosterona y al
discriminar a las atletas que tienen todo el derecho de competir en su
deporte sin que se viole su integridad física.
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