Fuente: https://www.nytimes.com
El ser humano ha bebido brebajes fermentados desde el principio de los
tiempos, pero a pesar de esa larga relación con el alcohol, seguimos sin
saber qué es lo que la molécula le hace exactamente a nuestro cerebro
para crear una sensación de intoxicación. Además, aunque los daños que
provoca el consumo desmedido de alcohol a la salud son bastante
evidentes, los investigadores han batallado para identificar cuáles son
los impactos negativos de cantidades reducidas. En septiembre pasado, la
prestigiosa revista médica británica The Lancet publicó un estudio
que se considera el análisis más completo a nivel mundial de los
riesgos del consumo de alcohol. Su conclusión, que los medios replicaron
extensamente, parecía inequívoca: “La cantidad de alcohol que se puede beber sin riesgo es cero”.
La búsqueda de las investigaciones más recientes acerca de cómo mejorar
tu bienestar es una característica constante y frustrante de la vida
moderna. Un estudio científico se convierte en un boletín de prensa que
se convierte en una alerta noticiosa, perdiendo contexto en cada etapa.
Con frecuencia, se trata de un flujo continuo de encabezados que parecen
contradecirse entre sí, lo cual facilita justificar el hecho de
ignorarlos. “Hay mucha información acerca del chocolate, el café y el alcohol”,
dijo Nicholas Steneck, exconsultor de la Oficina de Integridad de la
Investigación para el Departamento de Salud y Servicios Humanos de
Estados Unidos. “Básicamente crees lo que quieres creer a menos que las
personas comiencen a caer muertas a tu alrededor”.
Los
estudios científicos se escriben principalmente para otros científicos,
pero para tomar decisiones informadas, los miembros del público en
general tienen que indagar en estos también. ¿El método que usamos
actualmente para hacerlo (estudio tras estudio, conclusión tras
conclusión) nos convierte en lectores más informados o solo en lectores
más desconfiados? Steneck pregunta: “Si les damos la espalda a todos los
resultados de las investigaciones, ¿cómo tomamos decisiones? ¿Cómo
sabes en qué investigación confiar?”. Es un cuestionamiento que esta
nueva columna mensual pretende explorar: ¿qué pueden decirnos, o no, los
estudios sobre nuestra salud?”.
La
verdad es que poner la investigación sobre alcohol en contexto es muy
engañoso incluso para los científicos. El estudio de The Lancet es
epidemiológico, lo que significa que busca patrones en información
relacionada con la salud de poblaciones completas. Esa información
podría proceder de encuestas o registros públicos que describen el
comportamiento de las personas en sus entornos cotidianos, ambientes que
los científicos no pueden controlar. Los estudios epidemiológicos son
un medio fundamental para descubrir las posibles relaciones ente las
variables y cómo van cambiando a lo largo del tiempo. (Hipócrates fundó
este campo cuando planteó una causa medioambiental para el paludismo en
lugar de una causa sobrenatural; esta enfermedad, según señaló, se
presentaba con mayor frecuencia en zonas pantanosas). Pueden incluir
millones de personas, muchas más de las que pueden incluirse en una
prueba aleatoria de control. También son una forma ética de estudiar
conductas riesgosas: no puedes hacer experimentos asignando
aleatoriamente grupos de personas que conduzcan ebrias o sobrias durante
un año; sin embargo, puesto que los epidemiólogos solo pueden observar,
y no controlar, las condiciones en las que se comportan los
participantes, también hay grandes cantidades de variables que influyen
en estos sujetos, lo que significa que dichos estudios no pueden afirmar
con toda certeza que una variable sea causante de otra.
La
epidemiología moderna inició en las décadas de los cincuenta y sesenta,
cuando los investigadores de salud pública en Estados Unidos y el Reino
Unido comenzaron a realizar estudios a largo plazo rastreando una
amplia variedad de factores de salud en miles de personas a lo largo de
varias décadas y entrevistándolas acerca de su conducta para tratar de
identificar riesgos. Cuando se concentraron en el consumo de alcohol en
particular, descubrieron algo desconcertante: las personas que
reportaron ser consumidores moderados eran propensos a presentar índices
menores de mortalidad y de muchos problemas de salud específicos que
los abstemios. ¿Significaba esto que una cantidad determinada de alcohol
les dio un efecto “protector”? De ser así, ¿qué tanto? En 1992, un estudio prestigioso
publicado en The Lancet señaló que los franceses tenían un riesgo mucho
menor de fallecer por una enfermedad coronaria que las personas de
otros países desarrollados, a pesar de que consumían altos niveles de
grasas saturadas. La razón, de acuerdo con los autores, se debía en
parte a que los franceses bebían mucho más vino.
La
noción de que el alcohol puede mejorar la salud cardiaca ha perdurado
desde entonces, incluso cuando otras investigaciones han revelado que
puede ser causa de cáncer y otros problemas de salud e incrementar el
riesgo de lesiones y la muerte. No obstante, también han surgido
contrahipótesis igualmente plausibles para explicar por qué a los
abstemios les iba peor que a los bebedores moderados. Por ejemplo, la
gente puede abstenerse de beber alcohol porque ya tiene una salud
deficiente y muchos estudios no hacen la distinción entre las personas
que jamás han bebido y aquellos que bebieron en grandes cantidades
cuando eran jóvenes y luego dejaron de hacerlo. De hecho, a lo largo de
los años, en comparación con la abstinencia, beber con moderación se ha
asociado con enfermedades contra las que por lógica no podría ofrecer
protección: un menor riesgo de padecer sordera, fracturas de cadera,
gripe común e incluso cirrosis hepática por alcoholismo. Todo eso deriva
en la conclusión de que la salud determina el hábito de la bebida, y no
al contrario. De ser ese el caso, y los abstemios están predispuestos a
las enfermedades, entonces comparar a los bebedores con ellos
subestimaría cualquier efecto negativo del alcohol. “Este problema con
el grupo de referencia en la epidemiología del alcohol afecta todo”,
comentó Tim Stockwell, director del Instituto Canadiense para la
Investigación del Uso de Sustancias en la Universidad de Victoria en
Columbia Británica. “Urge establecer cuál es el punto de comparación”.
Todo lo que sabemos es que ese riesgo se eleva cuando bebes más en el
caso de todas estas enfermedades”, pero sin un grupo de comparación
confiable, es imposible decir con precisión qué tan funestos son los
riesgos.
Los
autores del estudio reciente en The Lancet se dieron a la tarea de
abordar este problema, al menos en parte, al eliminar a los exbebedores
de su grupo de referencia y dejar solo a quienes nunca habían bebido.
Para hacerlo, pasaron dos años buscando todos los estudios
epidemiológicos relacionados con el alcohol que cumplieran con
determinados criterios, para luego extraer la información original.
Marcaron aquellos estudios que ya habían excluido a los exbebedores y
pensaron que eso serviría para hacer que el grupo de comparación fuera
más preciso; en los que no lo hacían, aplicaron un modelo matemático que
controlaría las diferencias entre su grupo de comparación y los de los
estudios seleccionados.
Los
resultados, desglosados por edad, sexo, 195 ubicaciones geográficas y
23 problemas de salud asociados previamente con el alcohol, demuestran
que, en general, comparado con no beber nada en absoluto durante el día,
beber un trago diario aumenta el riesgo de desarrollar la mayoría de
esos problemas de salud. Entre ellos, infecciones como tuberculosis,
enfermedades crónicas como la diabetes, ocho tipos de cáncer, accidentes
y lesiones autoinfligidas (a mayor consumo de alcohol, los riesgos
fueron mayores). Esto sugiere que, en total, los beneficios de la
abstención en realidad superan la pérdida de cualquier mejora en la
salud que podría ofrecer el consumo moderado de alcohol. No obstante,
los resultados también demuestran que una porción de alcohol al día
reduce un poco el riesgo de padecer ciertos tipos de enfermedades
cardiacas, en especial en países desarrollados, donde la gente tiene más
probabilidades de vivir lo suficiente para desarrollarlas. Entonces, en
teoría, si para los 80 años eres un bebedor cotidiano que ya ha
sobrevivido al riesgo aumentado de un accidente o un tipo de cáncer, los
cuales tienen más probabilidades de ocurrir entre la juventud y la
mediana edad, y las enfermedades cardiacas se han convertido en la causa
más probable de tu muerte, tu hábito de beber con moderación podría
prolongar tu vida. Ahora bien, lo que podría estar manteniéndote tan
saludable como para beber podría ser tu resiliencia biológica innata. La
información sigue sin dar certeza.
Ten
en cuenta que los estudios de población como este no tienen el objetivo
de cambiar directamente la conducta individual. Ofrecen
generalizaciones (en el caso del estudio de The Lancet, de que el
consumo de alcohol es probablemente más riesgoso y menos benéfico de lo
que pensamos) que eventualmente podrían influir en políticas, como
impuestos más elevados al alcohol o etiquetas de advertencia en las
botellas. Paradójicamente, solo si esas políticas reducen a su vez la
cantidad que beben millones de personas, podremos saber si hacerlo
mejora su salud en general.
A
corto plazo, una mejor manera de comprender el valor de los estudios
científicos podría consistir en pensar en cada uno como un ligero ajuste
de una lente oftalmológica. Cada estudio responde la pregunta “¿Es más
claro así o así?”, y al hacerlo tenemos una visión de la realidad
(nuestra comprensión de nosotros mismos y del mundo a nuestro alrededor)
más nítida. Si nos obsesionamos demasiado con las conclusiones que
parecen ofrecer los estudios, en lugar de considerar también cómo se
llegó a ellas, nos arriesgamos a perder de vista uno de los grandes
beneficios del proceso científico: su capacidad de revelar todo lo que
no sabemos.
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