Fuente: https://www.nytimes.com
Muchas
veces la gente que intenta perder peso con el ejercicio termina siendo
su peor enemigo, según el estudio a gran escala más reciente sobre las
rutinas de ejercicio, la pérdida de peso y su frustrante interacción.
La
investigación, que dio seguimiento detallado a cuánto comían y se
movían las personas después de comenzar a hacer ejercicio, reveló que
muchas de ellas no lograban adelgazar o incluso subían de peso cuando
hacían ejercicio, pues también cambiaban su estilo de vida en otros
aspectos. Sin embargo, algunos participantes del estudio sí perdieron
algo de peso, y su éxito podría ser una lección para el resto de
nosotros.
En
un universo congruente y justo, desde luego, el ejercicio nos volvería
delgados. La actividad física consume calorías y, si quemamos calorías
sin remplazarlas ni reducir nuestro gasto energético, entramos en un
equilibrio negativo de energía. En esa condición, utilizamos nuestras
reservas internas de energía, que la mayoría de nosotros llamaría
nuestra gordura, y perdemos peso.
Sin
embargo, los metabolismos humanos no siempre son justos y congruentes, y
muchos estudios previos han demostrado que la mayoría de los hombres y
las mujeres que comienzan nuevas rutinas de ejercicio bajan solo cerca
del 30 o el 40 por ciento del peso que esperarían perder, dada la
cantidad de calorías adicionales que están gastando con el ejercicio.
No
obstante, la pregunta de por qué el ejercicio no rinde los resultados
esperados de pérdida de peso sigue sin una respuesta precisa. Los
científicos que estudian el problema coinciden en que la mayoría de
nosotros compensa las calorías perdidas durante el ejercicio comiendo
más, moviéndonos menos o ambas. Nuestros índices metabólicos en reposo
quizá también bajen si comenzamos a perder peso. Todo esto nos lleva de
regreso al equilibrio positivo de energía, también conocido como aumento
de peso.
Sin
embargo, no ha quedado claro si principalmente solemos comer en exceso o
movernos menos como compensación, y saberlo es muy importante. Para
evitar la compensación, debemos saber cómo la estamos llevando a cabo.
Por eso, para el nuevo estudio,
que fue publicado el mes pasado en el American Journal of Clinical
Nutrition, los investigadores del Centro de Investigación Biomédica de
Pennington en Baton Rouge, Luisiana, y otras instituciones decidieron
exhortar a un gran grupo de personas inactivas a que se ejercitaran para
dar seguimiento a la manera en que cambiaron sus medidas y sus hábitos
diarios.
Comenzaron
reclutando a 171 hombres y mujeres sedentarios de 18 a 65 años y con
sobrepeso, midieron su peso, sus índices metabólicos en reposo, sus
niveles típicos de hambre, su capacidad aeróbica y, usando complejos
indicadores líquidos de energía, la ingesta diaria de alimentos y el
gasto de energía. Con cuestionarios psicológicos estandarizados, también
exploraron si los voluntarios sentían que las medidas saludables y
loables del momento justificaban otras menos recomendables más tarde.
Después
asignaron a algunos al azar para que continuaran con su vida cotidiana
de manera normal como grupo de control, mientras que los otros
comenzaron programas supervisados de ejercicio. En uno, la gente hacía
ejercicio tres veces a la semana en caminadoras o bicicletas fijas hasta
que quemaba ocho calorías por cada kilogramo de su peso corporal, o
alrededor de 700 calorías a la semana para la mayoría de ellos. El otro
programa aumentó el ejercicio a veinte calorías por cada kilogramo de
peso corporal, o alrededor de 1760 calorías a la semana.
Ambas
rutinas duraron seis meses. A lo largo del proceso, los voluntarios
usaron monitores de actividad y los investigadores revisaron
periódicamente sus índices metabólicos, ingesta energética y aptitud
física. Los voluntarios podían comer lo que quisieran.
Más
tarde, todos regresaron al laboratorio para que les realizaran nuevas
mediciones integrales. Como se esperaba, los números del grupo de
control, incluidos el peso y el índice metabólico, no habían cambiado.
Sin embargo, tampoco lo habían hecho los de la mayoría de quienes
hicieron ejercicio. Algunos habían bajado de peso, pero casi dos tercios
del grupo de la rutina de ejercicio más breve y el 90 por ciento del
grupo de la rutina de ejercicio más larga habían perdido menos peso del
que se esperaba. Habían compensado su quema adicional de calorías.
Pero
no lo hicieron moviéndose menos, según los hallazgos de los
científicos. Los monitores de actividad de casi todos se habían
mantenido constantes. En cambio, los que hicieron ejercicio estaban
comiendo más, según mostraron otras mediciones y cálculos. Las calorías
adicionales eran pocas: cerca de 90 calorías adicionales cada día para
el grupo que hizo un poco de ejercicio y 125 al día para el grupo que
hizo más ejercicio. Sin embargo, eso fue suficiente para socavar la
pérdida de peso.
Lo
más interesante es que los investigadores también hallaron que los
integrantes del grupo de rutinas de ejercicio que habían compensado más y
perdido menos peso solían ser los que habían informado en el inicio que
creían que las costumbres saludables ofrecen la oportunidad de
practicar otras menos sanas.
“En
efecto, sentían que estaba bien cambiar un comportamiento por otro”,
dice Timothy Church, profesor adjunto de Pennington que dirigió el nuevo
estudio. “Es como pensar: ‘Si corro ahora, me merezco esa dona
después’”.
Por lo tanto, perdieron poco o nada de peso con el ejercicio. Sin
embargo, el estudio produjo otros datos más alentadores, señala. Para
empezar, el índice metabólico en reposo de casi todos siguió siendo el
mismo; los metabolismos ralentizados harían que el peso perdido
regresara. Y las pocas personas que hicieron ejercicio y evitaron comer
esa galleta extra, o un puñado de galletas saladas, sí perdieron peso.
“Solo
hubo una pequeña diferencia, en general”, entre los que compensaron y
los que no, dice Church. “Estamos hablando de apenas cien calorías. Eso
son alrededor de cuatro bocados de casi cualquier alimento”. Así que, si
la gente espera perder peso con ejercicio, debe poner mucha atención a
lo que come, dice Church, y evitar esos cuatro bocados, sin importar lo
tentadores que parezcan.
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